Italia: Recordando Genoa Una Decada Despues

“La noche que Italia se deshonrrò ante los ojos del mundo entero, donde los derechos fundamentales del hombre fueron suspendidos.” Así han escrito los jueces italianos en la sentencia del proceso Diaz, uno de los oscuros episodios ocurridos en Génova durante el verano 2001.

Durante el mes de Julio de hace diez años, paralelamente a la cumbre G8 de Génova, fueron organizadas manifestaciones de protesta. Todos en Europa teníamos en los ojos las imágenes del movimiento nacido en Seattle y aquella de Génova nos parecía una cita a la que no se podía faltar, la ocasión para confirmar  que no trata de una generación sin ideales.

Durante los primeros días, la tensión era tan fuerte que casi se podía tocar: un paquete-bomba estalló en un cuartel de los carabinieri, otro en la sede de un noticiario de derecha, la ciudad ocupada por 11 mil hombres de la fuerza policial y – según la BBC – la compra por parte del gobierno italiano de 200 body bags, los costales de plástico en que se meten los cuerpos de los militares muertos en guerra

El Viernes 20 de julio 2001 en Génova hubo una verdadera batalla. Una marcha autorizada de 15 mil monos blancos, listos para contestar sólo en caso de ser provocados, fue atacada de repente por los carabinieri. Mirando las imágenes es difícil creer que sean grabadas en Italia: policías que golpean manifestantes ensangrantados y tumbados en el suelo, médicos con la pechera de la cruz roja pegados con la porra, camionetas de la policía avecinadas a toda velocidad en contra de la muchedumbre, lanzamiento de piedras y objetos de parte de los manifestantes en una reacción que, según los jueces, encontró “justificación” frente a una “agresión injusta de parte de los carabinieri.” En aquellas horas murió Carlo Giuliani, de veintitres años, por el impacto de una bala disparada por un carabiniere coetáneo, que luego con su defender pasó dos veces sobre el cuerpo del chico. “Uno a cero para nosotros. Esperamos que mueran todos”, comentó vía radio una policía a su compañero.

Poco tiempo antes un pelotón de policías entró en Plaza Manin, donde estaban reunidos los pacifistas de la Rete Lilliput: fueron pegados, insultados, algunos detenidos. La doctora Marina Pellis Spaccini, que se encontraba en aquella plaza, anota: “Estoy traumatizada terriblemente por esta experiencia, y si lo estoy yo que soy adulta, imagino cómo una cosa de este tipo pueda ser destructiva para los chicos, que quizás por primera vez lograban expresar alegremente sus ideales.” Y tiene razón: a mí la rabia me llena los ojos de lágrimas cuando veo las imágenes de entonces, y hay hombres de treinta años que todavía lloran mientras cuentan su experiencia en el cuartel de Bolzaneto o en la Escuela Diaz. Durante años, muchos chicos que estuvieron en Génova se despertaban gritando por la noche, creyendo todavía estar en aquel infierno.

A pesar de todo, en la cita del 21 de julio 2001 éramos 300 mil, algunos muy jóvenes como era yo entonces, otros mayores. De los católicos hasta los chicos de los centros sociales ocupados, todo detrás de carteles que decían “ellos G8, nosotros 6.000.000.000.” El sol pegaba fuerte y se caminaba, se cantaba, se recogían los aplausos de la gente asomadas por las ventanas. Unas horas después, aquellas mismas personas fueron testigos desde sus casas de otro día de locura: otra vez chicos, médicos y periodistas pegados salvajemente, ancianos con las cabezas sangrantes. “No hubo una distinción entre los que habían ejercido la violencia y los exponentes del Foro Global”, declaró Berlusconi, entonces ya primer ministro, manifestando la solidaridad de su Gobierno con las fuerzas del orden.

En aquellos días, en Génova fueron disparados 20 golpes de pistola y 6200 lacrimógenos, casi mil los manifestantes heridos, uno muerto y 250 detenidos. Algunos de estos ultimos, elegidos al azar entre aquéllos agredidos, fueron llevados al cuartel de Bolzaneto. “Me parecía estar en una pesadilla”, ha declarado una estudiante y fotógrafa de Indymedia, parada en el baño de un bar, agredida, insultada (“puta comunista, los vamos a matar todos”) y llevada a Bolzaneto.

“1,2,3 viva Pinochet” cantaba la fuerza policial mientras que sometía a los manifestantes a torturas físicas y psicológicas. Los chicos que se encontraban en Bolzaneto fueron golpeados, amenazados con ser matados y violados, obligados a marchar en fila haciendo el saludo fascista.

Richard Moth de Londres recuerda de haber sido privado de comida y sueño por más que treinta horas, sin ni siquiera saber de qué fuera acusado. “La gente que estaba allí tenía graves heridas en la cabeza, que debían de ser curadas en un hospital. Había un clima de terror, estuvimos en las manos de un poder arbitrario.” Una sensación parecida está descrita por el periodista italiano Lorenzo Guadagnucci: “Nadie podía salvarnos: la policía ya estaba allí, desaparecieron todos los puntos de referencia. El momento en que volví a la normalidad fue cuando llegó el magistrado; paradójicamente, el magistrado vino para acusarme, pero yo me sentí aliviado porque significó volver en el ámbito de la ley, del orden.”

La noche del 21 de Julio, Guadagnucci se encontraba en la Escuela Diaz, donde dormía un grupo de manifestantes, cuando la fuerza policial irrumpió y pegó brutalmente a toda la gente que estaba allí. La irrupción, luego definida por los jueces “ajena a cada regla y principio de humanidad”, fue documentada en directo desde el edificio en frente, sede del Genoa Media Center y del Genoa Legal Team, antes de que la fuerza policial entrara también en sus locales para destruir todo. Durante el proceso, el vicecomandante de Policía Miguel Ángel Fournier testimonió:  “Fue una escena de carnicería mejicana. Habían cuatro o cinco policías que se encarnizaban en los heridos.”

Cuenta Lena Zühlke, una chica alemana que se encontraba en la Escuela Diaz: “Caí al suelo después del primer o segundo golpe, entonces iniciaron a pegarme y a darme patadas. Cuando caí tenía por lo menos diez o quince policías alrededor, me dieron patadas sobre la espalda, en el estómago y en las piernas. Me pegaban en la cadera derecha y sentía las costillas partirse. Me golpearon en la cabeza y sentía la sangre caliente caer en la cara. Luego me arrastraron por las escaleras teniéndome por la cabeza, y me pegaron otra vez.”

Fueron 87 las personas heridas en la Escuela Diaz, entre ellas el periodista inglés Mark Covell, que se quedó en coma durante cuatro días con ocho costillas rotas, una mano fracturada y un pulmón perforado. Los chicos que dormían en la escuela, aquella noche que muchos llamaron “chilena”, salieron casi todos en camilla.

El pretexto con que las fuerzas del orden justificaron el operativo fue que la escuela era un refugio de black block, como si esto pudiera justificar una violencia tan brutal en contra de personas dormidas. De todos modos, los 97 chicos de la escuela que fueron acusados de devastación y saqueo han sido todos exculpados, y las pruebas exhibidas por la policía se revelaron inventadas por la policía misma.

¿Por qué? Nos preguntamos todavía. ¿Quién mandó la irrupción en la escuela Diaz y las torturas en el cuartel de Bolzaneto? ¿Quién mandaba en aquellos días?

Durante los ultimos diez años la justicia ha puesto en marcha sus lentos engranajes para encontrar y punir a los culpables. “No creo que el Gobierno se procese a sí mismo” ha declarado a la televisión italiana Arnaldo Castaro, un hombre de 62 años que fue pegado en la escuela.

En efecto, los intentos de desviar los procesos, de modo que no se implicara a las máximas autoridades de la policía, han sido numerosos, y los jueces abrieron una investigación al respeto. Dos altos funcionarios, entre ellos el ex-jefe de la policía Gianni De Gennaro, han sido condenados a más de un año de cárcel por instigación al falso testimonio pero, a pesar de este, ambos han sido ascendidos. De Gennaro es hoy el jefe de los servicios secretos italianos.

Mario Placanica, el carabiniere acusado de haber matado a Carlo Giuliani, ha sido liberado por “legítima defensa.” Según los jueces, Placanica ha disparado en el aire, la bala ha golpeado una piedra lanzada por un manifestante y ha rebotado en contra del rostro de Giuliani, matándolo. Todos los 44 imputados por las torturas cometidas en el cuartel de Bolzaneto han sido obligados a indemnizar a las víctimas, pero, en el plan penal, 37 de ellos vieron caer el crimen en prescripción antes de llegar al último grado de juicio. Suerte parecida han tenido los policías acusados de los hechos de la Escuela Diaz: 25 de ellos han sido condenados en segundo grado, pero el crimen podría caer en prescripción antes de llegar a la condena definitiva. Diez ejecutivos a los que se le impusieron graves condenas por los hechos ocurridos en Génova, han sido ascendidos.

El pasado 23 de Julio, 50 mil personas marcharon en Génova, para pedir verdad y justicia, y para que todos recuerden lo que pasó hace diez años. Nosotros que estuvimos allí jamás lo olvidaremos.