En inglés: What the Empire Didn’t Hear: US Spying and Resistance in Latin America
Traducido por Germán Leyens
El imperialismo de EE.UU. se extiende por Latinoamérica mediante bases militares y acuerdos, explotación corporativa y deuda. También se basa en una vasta red de vigilancia de comunicaciones, una reciente revelación que sacó a la luz el alcance de Washington a las calles y a las salas del poder de la región. Sin embargo, más que con McDonald’s y balas, un imperio depende del miedo, y el miedo al imperio falta estos días en Latinoamérica.
La controversia provocada por los documentos filtrados por Edward Snowden llegó a la región el 7 de julio, cuando el primero de una serie de artículos basados en las filtraciones fue publicado por O Globo el principal periódico brasileño. Los artículos describían cómo la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) ha estado espiando y recolectando los correos y registros telefónicos de millones de personas en Brasil, Venezuela, Colombia, México, Perú y Argentina durante años, como lo ha hecho en EE.UU., Europa y otros sitios.
Los artículos señalaban que las bases de recolección de datos estaban ubicadas en Bogotá, Caracas, Ciudad de México y Ciudad de Panamá, con una estación adicional en Brasilia utilizada para espiar comunicaciones satelitales extranjeras. La NSA reunió datos militares y de seguridad de ciertos países y adquirió información sobre la industria petrolera de Venezuela y el sector energético de México, ambos en gran parte bajo control estatal, fuera del alcance de corporaciones e inversionistas estadounidenses.
En cuanto al programa de espionaje de EE.UU., las filtraciones de Snowden demuestran que este método de recolección de comunicaciones en Latinoamérica se realizó con la colaboración de compañías privadas de telecomunicaciones de EE.UU. y Latinoamérica.
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, calificó el espionaje de “violación de la soberanía y de los derechos humanos”. Los presidentes de Brasil, Bolivia, Argentina, Uruguay, Venezuela y otras naciones de la región condenaron a Washington por sus acciones y pidieron una investigación de la vigilancia.
La presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, dijo en un discurso que le “corrió frío por la espalda” cuando se enteró de que Estados Unidos realizaba tareas de espionaje cibernético en Argentina. “Más que revelaciones, son confirmaciones de lo que pensábamos que estaba sucediendo”.
Por cierto, el espionaje y la interferencia de EE.UU. no es nada nuevo para la región. Y con la elección de presidentes izquierdistas en Latinoamérica durante la última década, no debe ser ninguna sorpresa que EE.UU. haya estado espiando en lo que el Secretario de Estado John Kerry calificó recientemente de “patio trasero” de Washington.
La sombra de las dictaduras del Siglo XX todavía persigue a gran parte de Latinoamérica, orientando los procesos democráticos y luchas por la justicia de la región. Dilma Rousseff de Brasil y el presidente uruguayo José Mujica se encuentran actualmente entre varios presidentes latinoamericanos que estuvieron activos en los movimientos sociales que lucharon contra las brutales dictaduras respaldadas por EE.UU. en sus respectivos países.
Dilma Rousseff fue encarcelada por su activismo de 1970 hasta 1972 y Mujica fue tiroteado seis veces por la policía, torturado y encarcelado durante 14 años, que incluyeron su reclusión en el fondo de un pozo durante más de dos años. Bajo el liderazgo de Néstor y Cristina Kirchner, Argentina ha buscado justicia para unas 30.000 personas desaparecidas durante la dictadura en esa nación. Sobra decir que el legado de golpes de Estado, redes de espionaje derechistas y Estados policiales respaldados por EE.UU. constituyen motivos de preocupación en la política latinoamericana y en la memoria reciente.
Por lo tanto, cuando los documentos filtrados por Snowden apuntaron hacia el espionaje contemporáneo, evocaron a los aliados de Washington en la Guerra Fría quienes, mediante esfuerzos coordinados como la Operación Cóndor, colaboraron regionalmente para monitorear a disidentes y presuntos comunistas, interceptando correos y espiando comunicaciones telefónicas como parte de su pesadilla continental.
Pero la Guerra Fría terminó, y de Argentina a Venezuela las políticas de izquierdas han dominado el paisaje regional durante la última década, los movimientos sindicales e indígenas han aumentado y una posición decididamente antiimperialista se ha hecho común en plataformas electorales y políticas.
Aunque Washington ha tenido éxito en el apoyo a golpes de Estado contra dirigentes de tendencias de izquierdas en Honduras y Paraguay en los últimos años, un acuerdo comercial regional dominado por EE.UU. fue derrotado, sus bases militares han sido obligadas a salir de ciertas áreas, la política estadounidense en la guerra contra las drogas encuentra resistencia en países claves y algunos gobiernos latinoamericanos se orientan hacia otros sitios en busca de préstamos y ayuda. Mientras ha tenido lugar un cambio histórico de la política al sur de la frontera de EE.UU., Washington ha aparecido frecuentemente fuera de contacto y de comprensión de sus aliados.
En este contexto, el avión del izquierdista presidente boliviano Evo Morales fue forzado a aterrizar en Europa durante su vuelo de retorno de Rusia el 2 de julio. Los funcionarios estadounidenses responsables de este hecho creían que Snowden, que actualmente se encuentra en un aeropuerto en Moscú, se encontraba en el vuelo de Morales, ya que el informante buscaba asilo en Latinoamérica.
Después de volver a Bolivia, donde se convocó a una reunión de dirigentes latinoamericanos para encarar la acción de EE.UU. y algunas naciones europeas contra Morales, el presidente boliviano dijo que EEUU ordenó a los gobiernos europeos que impidieran el paso de su avión para “intimidar” y “amedrentar”, después de que declarara que, en caso de que Snowden lo solicitara, analizaría su asilo político.
Todos los presidentes latinoamericanos se mostraron indignados ante las acciones contra Morales, y Venezuela, Nicaragua y Bolivia ofrecieron asilo a Snowden como protesta contra EE.UU. y en solidaridad con el informante. Otros dijeron que ayudarían a protegerlo de la persecución de EE.UU.
Cuando el vicepresidente de EE.UU., Joe Biden, presionó al presidente de Ecuador, Rafael Correa, para que no diera asilo a Snowden, Correa se burló de EE.UU., renunciando a 23 millones de dólares de beneficios comerciales estadounidenses, y ofreció esa suma para capacitar a funcionarios de ese país en libertades civiles y derechos humanos.
Respecto a las revelaciones de espionaje y las restricciones al avión de Morales, Correa dijo en Cochabamba en la reunión de Unasur: “porque, también se equivocan en los tiempos históricos, en casi 500 años, si piensan que vamos a aceptar que nos traten como a colonias. Ojalá entiendan que no vamos a aceptar países de primera, segunda y tercera categoría”.
En todos los datos que EE.UU. reunió en toda la región no se dio cuenta de un hecho crucial: que Latinoamérica ya no es el patio trasero de EE.UU. A pesar del amplio alcance del imperio hay sitios que siempre lo desafiarán, en las cabinas telefónicas y en los sueños de un mundo que nunca llegará a poseer.
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Benjamin Dangl ha trabajado como periodista en toda Latinoamérica, cubriendo movimientos sociales y la política en la región durante más de una década. Es autor de los libros Dancing with Dynamite: Social Movements and States in Latin America y The Price of Fire: Resource Wars and Social Movements in Bolivia. Actualmente es estudiante de doctorado de Historia Latinoamericana en la Universidad McGill y edita UpsideDownWorld.org, una web sobre activismo y política en Latinoamérica y TowardFreedom.com, una perspectiva progresista sobre eventos mundiales. Correo electrónico: [email protected].